Hacía mucho que no dedicaba un ratito a escribir un post para el blog ¡con lo que a mí me gusta! Pero quería tener tiempo para tratar con la dedicación suficiente temas que me parecen importantes. Reflexionar a salto de mata sobre cuestiones fundamentales para la vida, para la psique y para el bienestar de las personas, es contraproducente.
Uno de esos temas tiene que ver con opinar sobre el cuerpo de otras personas (como si estuviese yo descubriéndote la pólvora, ¿eh?). Pero es que últimamente es algo que me topo por todas partes, como por ejemplo, la semana pasada cuando vi la miniserie documental sobre las Spice Girls “El precio del éxito” en Movistar+.
Su historia conecta directamente con mi adolescencia. Para un chico de pueblo con una masculinidad diversa como yo, un grupo de chicas como ellas, con un mensaje diferente, que representaban externamente la libertad en una sociedad eminentemente machista, supuso un soplo de aire fresco.
Sin embargo, había claves de su vida que escapaban a mis ojos por mi obvia inmadurez de adolescente. Si a eso le añadimos que no es lo mismo vivirlo en tiempo real (en aquella época) que resumido en tres capítulos de una hora vistos con mis ojos de adultos hoy en día, queda claro que ahora se ve todo más claro.
¿Qué se ve más claro? Lo primero, y fundamental, la presión mediática a la que se vieron sometidas. Creo que el periodismo y las y los profesionales de la comunicación tienen que tener una revisión profunda. No se puede dejar pasar, como si tal cosa, todos los titulares, todas las portadas y todos los programas de televisión que sometieron al más infernal de los escrutinios a cinco mujeres jóvenes por el mero hecho de ser mujeres, con fama, con dinero, con “poder” (entre comillas) y por tener opinión.
Se me revolvió las tripas ver, a modo de pase de diapositivas, todo lo que se dijo de ellas. Como cualquier detalle de su vida era interpretado con malicia por una industria, la de la información y comunicación, impregnada de las creencias y valores de la sociedad patriarcal de la época. Su ropa, sus palabras, su actitud, su comportamiento, sus relaciones… todo era susceptible de ser CUESTIONADO y CRITICADO (así, en mayúsculas). Porque se hacía con mucha más virulencia, de forma más dañina, que se haría, por ejemplo, con una boy band (como los Back Street Boys).
Como te podrás imaginar su físico acaparó cientos de horas de televisión y miles de páginas en prensa escrita. Y como eran cinco, imagina cómo se multiplicaba. Un auténtico tsunami desinformativo, machista y dañino que, como psicólogo, no me explico cómo pudieron soportar (eso no está pagado ni con todo el oro del mundo, por si alguien piensa que el dinero lo compensaba).

Se comparaba el cuerpo de cada una de ellas con su cuerpo en el pasado. Se comparaba su cuerpo con el de sus compañeras. Se las comparaba continuamente. La comparación es una de las herramientas más opresivas del sistema patriarcal. Con ella, se hace un daño de dimensiones incalculables.
Se ridiculizó a Geri Halliwell (la spice pelirroja, como la llamaban) por estar “menos delgada” que sus compañeras. Se pesó, en directo, a varias de ellas en programas de televisión en Prime Time, como a Victoria Beckham después de dar a luz a su primer hijo. Se cuestionó su ropa y cómo quedaba en sus cuerpos. Técnicos que trabajaban en las grabación de sus videoclips (es decir, sus propios asalariados) les faltaban al respeto diciendo que debían enseñar “más pierna” o “más pecho” (como si fuesen objetos) porque eso era lo que querían los hombres de ellas, ignorando que eran cantantes profesionales y que valían por su música, no por su “carne”.
Y aunque viendo la serie (para quien pueda verla) se pueda pensar que “es normal” porque nos hemos habituado a ese tipo de discursos en televisión e internet, no podemos olvidar que, opinar del cuerpo de otras personas, tiene consecuencias. No es inocuo. Lo que directamente me lleva a una cuestión fundamental: la responsabilidad social. Todas y todos somos responsables de cambiar esto, de acabar con este problema. Todo el mundo, incluidas tú y yo.
La historia personal de estas cinco mujeres estuvo en gran parte marcada por la presión social y mediática sobre sus cuerpos. Y eso, obviamente, tuvo consecuencias. Algunas desarrollaron trastornos alimentarios. Afectó a sus carreras profesionales. Se cuestionó la orientación sexual de alguna de ellas por su aspecto físico. Todo lo cual tuvo que afectar a su autoestima y, en consecuencia, derivó en elegir a malos hombres como compañeros para compartir sus vidas. Y quien piense que todo esto no tiene relación con el escrutinio diario sobre sus cuerpos, se equivoca.

Aunque no hace falta posar la mirada en un grupo de fama mundial como las Spice Girls. Lo vemos a diario en la calle y en nuestro entorno más cercano. Escuchamos (o leemos en redes sociales) comentarios sobre el cuerpo de otras personas. Sobre todo, de las mujeres, pues la presión de la industria de la delgadez, la estética y la belleza, a través de la mística femenina de la belleza o el mito de la belleza sobre el que escribió la gran Naomi Wolf lo explican y aclaran perfectamente. Alguna vez os he hablado sobre esto, sobre todo, en instagram.
Y aunque cuando he señalado este tipo de comentarios sobre el cuerpo de alguien, la persona ha destacado su intención positiva (o sea, que lo decía en plan bien, como un cumplido, como un halago) puede que ese comentario caiga como una pesada losa de mármol en la mente de la persona.
¡Estás más delgada! ¡Hay que ver qué hermosa te has puesto! ¡Tienes buena cara, se nota que estás comiendo más! No te pongas eso que a ti no te queda bien. ¡Menudo culo! Ya le están saliendo sus tetas. ¡Eres una mocita ya! Es que tiene un cuerpecito… de mujer.
Comentarios de todos los colores, a todas las edades, aunque los que más me preocupan son los que se dirigen a niñas y a niños, y a adolescentes (sobre todo a ellas).
Hemos normalizado muchísimo (para lo tóxico que es en realidad) hablar del cuerpo de las niñas y de las adolescentes durante su desarrollo, sin plantearnos qué daño podemos estar haciendo. Referirnos a ellas respecto a sus cuerpos, aunque sea “con buena intención”, hace que aprendan a relacionarse con el mundo desde lo externo, a partir de su aspecto físico, de sus rasgos, de su cuerpo, de su peso. Hace que sus sueños pasen a un segundo plano y gran parte de sus energías, de su tiempo e, incluso, de su dinero, se dirija a cumplir con lo que se espera de ellas y de sus cuerpos.
No opinemos del cuerpo de otras personas a menos que nos pregunten. Si no te piden tú opinión, NO LA DES. En serio, no es cosa tonta.
Ni guapa ni fea. Ni delgada ni gordita. Ni desarrollada ni sin desarrollar. Ni con vello ni sin él. Ni pintada ni sin tinte. Ni con canas o sin ellas. Ni morena ni blanca. Si queremos bien a otra persona, no opinemos sobre su cuerpo. Somos más que un cuerpo.
Un cuerpo que durante toda la vida cambia y evoluciona. Un cuerpo que nunca permanece estático. Ni siquiera el mismo día. Aunque no seas consciente de ello. Así que valorar a alguien por su aspecto físico, o relacionarse con esa persona desde él, no tiene mucho sentido. ¿No crees?

Hace años, cuando opinaban de mi cuerpo, me callaba y sonreía. O le seguía la corriente. Con el tiempo aprendí que la violencia que sufría era doble. Así que empecé a dejar de sonreír y a cambiar de tema. Pero me di cuenta que así seguía siendo herido, seguía sufriendo. Y entonces empecé a poner límites. Empecé a contestar. A veces de forma seca. Otras veces, las más violentas para mí, reaccionaba con contundencia. Y empecé a sufrir menos. A tener una relación más sana con mi cuerpo. Empecé a dejar de odiarme. Y no es que empezase a odiarme por mi cuerpo gordo, un cuerpo que fue así desde que nací. Pero me enseñaron a odiarlo, a rechazarlo, a no verlo bien y a maltratarlo y desear cambiarlo a toda costa. El fallo no era mío. No estaba en mi cuerpo. El fallo estaba fuera. En toda persona, conocida o desconocida, familiar o amistad, que opinaba sobre mi cuerpo sin mi permiso ni mi consentimiento. A veces, incluso, con mi rechazo expreso. Y eso, aunque haya todavía gente que no lo entienda, es violencia. Siempre lo fue y siempre lo será.
Si no podemos relacionarnos con otras personas sin opinar de sus cuerpos, siento decir que… tenemos un problema. Un problema que hay que mirar.