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Hace unos días tuve una sesión difícil: una mujer no se daba cuenta de que buscaba desesperadamente que le resolvieran la papeleta mientras se abandonaba cada vez más.
Llevábamos varias sesiones trabajando sobre la idea de sostenerse (a sí misma), pero no había evolución. Reconozco que me había llegado a sentir frustrado porque lo habíamos probado casi todo, pero seguía encerrada en su trampa, y estaba seguro de que eso le pasaría factura. Hasta esta semana. Estábamos corrigiendo un ejercicio que le había pedido que hiciese en casa, y mientras lo analizábamos, hizo clic. Un clic muy esperado, que parecía mágico pero no lo era: era fruto del trabajo y de la constancia.
Se quedó en silencio largo rato, mirando las anotaciones que habíamos hecho sobre el papel. Las miraba, me miraba y miraba a la nada a través de la ventada de mi despacho. Permanecí en silencio observándola, aunque ardía en deseos de seguir trabajando ahora que podía “ver”.
En varias ocasiones, cogía pequeñas bocanadas de aire como si fuese a decir algo, pero al final continuaba en silencio. Cuando pareció repasarlo todo mentalmente, atar cabos y “ver” cosas, me miró a los ojos y me dijo: “Muy bien. Lo entiendo. Y ahora, ¿qué hago?”. Ahí estaba, la tan temida y frecuente pregunta… Esperé unos segundos, sonreí y le dije: “Nada”.
¿Cómo que nada? – me preguntó perpleja. Insistí: “Nada, no tienes que hacer nada. Asimila y acomoda esta información dentro de ti”.
Enseguida me espetó: “Sí, muy bien, eso ya lo sé… pero ¿qué hago? Dime”. Como no quería seguir alimentando su búsqueda desesperada para que le resolvieran la papeleta, me nació decirle: “Sálvate”.
Quien me conoce sabe que no soy un psicólogo al uso. Huyo del modelo de bata blanca, pero también de la gente fantástica que todo te lo arregla haciéndote sentir bien al salir de consulta. Para mí eso no es Psicología. Para mí eso no es ayudar. Hace muchos años que entendí que no debía hacer eso por el bien de mis pacientes. Hay días en los que tendrán que irse mal, otros días bien, unos días con tranquilidad y otros días con angustia por ver su realidad. Ir al psicólogo no implica salir bien de la sesión, y siempre me gusta que quede claro. A mí me gusta ser realista pero sensato. Y en aquel momento, lo que me nació fue un “sálvate”.
Hacía años que ella se sentía abandonada, se quejaba de ello y se hundía cada vez más. Pero si con 30, con 40, con 50, con la edad que sea, nos sigue afectando (hasta el punto de fastidiar nuestro presente) lo que nos pasó en la infancia o hace muchos años, quiere decir que el abandono es el nuestro. Y eso quería hacerle ver. “Sálvate” solo era un modo de decirle deja de abandonarte, hazte cargo de ti, sostente, cuídate, repara tus heridas. Eres tú quien debes hacerlo, ni yo ni nadie puede. Yo puedo guiarte para que te sanes, pero no seré yo quien te sane… por la sencilla razón de que, si así fuese, por mí, estaría todo resuelto en la primera consulta. Pero no es así. Y así se lo transmití.
Casi al final de la sesión me dijo que tenía la sensación de que había puesto la última pieza del puzzle y que ahora lo veía todo claro. A mí me gusta pensar que, en ese momento, había quitado una carta de la base de la pirámide de naipes y que se había venido todo abajo. Me resulta liberador. Y ella también lo sentía así.
Su última frase antes de irse fue: “Ahora sé que puedo cambiar”. 8 sesiones, casi 6 meses, habíamos tardado en llegar a ese punto. Pero ¡qué importante era y cuánto nos iba a ayudar! Me acordé de todas las veces que le había hablado sobre el cambio o sobre querer cambiar. Con esa frase, me confirmaba que me había hecho caso y había guardado, en un rinconcito de su mente, todo lo que le explicaba que no entendía. Y a raíz de hacer clic, pudo entender y aplicar. De esto, precisamente, os hablo en un vídeo que hice hace tiempo que se llama Quiero cambiar (puedes pinchar en el título para ir a verlo).
Espero que esta experiencia te resulte útil en tu proceso o en tu vida. No hay magos ni magas, no hay varitas, ni trucos, ni salvadores ni salvadoras. Lo único que existe es la presencia, estar consigo misma/o, cuidarse, sostenerse… y cuando se está en apuros… ¡salvarse!