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La ansiedad no es una sensación que aparezca por arte de magia. Lo que ocurre es que las personas que la padecen empiezan a ser conscientes de ella cuando empieza a alterar su bienestar personal y su día a día. Como consecuencia, las personas que la sienten la viven con sufrimiento y para ellas tiene una consideración muy negativa. Pero la ansiedad no es nuestra enemiga, más bien todo lo contrario.
Vamos a centrar nuestra atención en el funcionamiento biológico de la ansiedad y lo vamos a hacer con toda la sencillez posible, evitando los tecnicismos y hablando llanamente para que se entienda con facilidad. Podemos definir esas respuestas que se dan en la ansiedad como las reacciones o mecanismos de defensa que aparecen de forma casi automática ante un peligro. Ese “de forma casi automática” tiene que ver con el procesamiento de la información y con la vía que se utiliza para ello a nivel cerebral. Existen dos vías: la emocional, mucho más rápida y que se relaciona con nuestro sistema límbico (el cerebro reptiliano, la parte más antigua de nuestro cerebro, esa parte animal e instintiva) y la racional, no tan rápida y en relación con la corteza cerebral (la parte más externa del cerebro y la más reciente en nuestro desarrollo como especie). Cuando se trata de un evento evaluado como peligroso (sentimos que nuestra vida corre peligro), el procesamiento se hace a 200 milisegundos (a una velocidad enorme) para que el cerebro de una respuesta rápida que nos permita escapar y sobrevivir.
En el caso de la ansiedad, un hecho es evaluado a gran velocidad como peligroso por el sistema límbico siguiendo la ruta emocional (por medio de las emociones, en concreto el miedo). Simplificando más, ¿qué quiere decir esto? Que cuando nos pasa algo o nos dicen algo ante lo que sentimos mucho miedo, damos una serie de respuestas casi automáticas que forman parte de lo que llamaríamos ansiedad.
Estas respuestas ante situaciones que comprometen nuestra seguridad, ante situaciones que hacen peligrar nuestra vida, son consideradas adaptativas y tienen una función protectora (nos ayudan a sobrevivir). Durante nuestra evolución como especie, hemos tenido que enfrentar numerosos peligros. Ante ellos, nuestro cerebro actuaba muy eficazmente, activando respuestas enérgicas encaminadas a preservar nuestra vida y nuestra integridad, como por ejemplo, la respuesta de huida y la respuesta de lucha.
La cuestión es que hoy en día no estamos amenazadas/os como especie, ya no estamos tan expuestos al ciclo de la naturaleza y vivimos asegurándonos o en la búsqueda de seguridad: casas fuertes y herméticas para que no puedan entrar y dañarnos, alejamos a los animales salvajes de los núcleos urbanos, controlamos las enfermedades, etc. (Obviamente, muchas de estas cosas siguen ocurriendo en muchas partes del mundo, pero no es una amenaza para toda la Humanidad como podían ser en la Prehistoria cuando no había casas cerradas y cualquier animal salvaje podía acabar con nuestra vida de un golpe).
Sin embargo, hoy en día, si que existen muchos momentos cotidianos aparentemente inofensivos evaluados como estresantes que hacen activar todas nuestras alarmas. De hecho, en el vídeo de esta semana “Ansiedad: qué, cómo y porqué” (pincha aquí para verlo) utilizo la metáfora de una alarma antirrobo con sensor de movimiento, cuya función es detectar la entrada de intrusos, de ladrones, y avisar a emergencias para que los detengan. Pero si la alarma es muy sensible y se activa ante un viento fuerte, no está cumpliendo adecuadamente su función: lo ideal es que sólo se active cuando hay un PELIGRO REAL. Y eso es lo que nos pasa cuando tenemos ansiedad: hay cualquier circunstancia en nuestra vida que nos produce mucho miedo, tanto como para llegar a temer por nuestra integridad, lo que nos lleva a activar de forma rápida y correcta nuestras alarmas, nuestras respuestas.
Todo lo anterior me lleva al título de este post: ¿y si mirásemos la ansiedad con otros ojos? ¿Y si en lugar de centrarnos en las respuestas (que son a posteriori) nos centramos en la evaluación de la situación o del estímulo (que se da a priori)? ¿No sería más útil? El problema no está en el hecho de gritar “¡ayuda!” y que mucha gente venga a ayudarme. Eso quiere decir que el sistema funciona. El verdadero problema es que ante una situación que realmente no es peligrosa, yo pida ayuda. Por tanto, la ansiedad no es mala, es buena. Todas esas respuestas que se dan cuando tenemos ansiedad, son respuestas activadas por nuestro cerebro para ayudarnos a resolver eso que tan malo nos ha parecido.
Y esto no es sólo una forma amable de mirar a la ansiedad, sino que supone el truco perfecto para dejar de sabotearte a la hora de cortarla. Muchas personas no son conscientes de que son ellas mismas quienes no se permiten parar las alarmas, desactivar su ansiedad. Caen en lo fácil, en buscar rápidamente un ansiolítico que echarse a la boca. Muchas veces sin estar prescrito por especialistas (lo ideal es que lo recete una o un psiquiatra, que son especialistas en el tratamiento farmacológico de este tipo de problemas, más que tu médica/o de cabecera). Pero un tratamiento, es un apoyo. Los ansiolíticos no curan. Las pastillas no piensan ni reflexionan por ti. Las pastillas no te hacen cambiar. Y si no encuentras la raíz, como te decía en el vídeo, por muchos ansiolíticos que tomes, seguirás evaluando las situaciones “interruptor” (las situaciones que activan tus respuestas de ansiedad) como peligrosas, desencadenando todo aquello que quieres evitar.
Así que lo mejor es concienciarse. El control de la ansiedad se aprende. El control de la ansiedad es cosa tuya, no de las pastillas o infusiones que tomas. Si tú no descubres la causa y no la resuelves, cuando ocurra algo que vivas como “fuego”, volverás a llamar al Parque de Bomber@s” (como en la metáfora del vídeo).
¿Y cuáles son las respuestas que pueden ocurrir durante una reacción emocional ansiosa? Hay tres niveles de respuesta (cognitivo, conductual y fisiológico) y dentro de cada uno de ellos, hay diferentes tipos de respuesta:
- Cognitivo o de pensamiento:son síntomas subjetivos como, por ejemplo, preocupación, sensación de pérdida de control sobre el ambiente, anticipación de peligros o de amenazas, miedo, aprensión, inseguridad, negativismo, incapacidad para tomar decisiones, falta de concentración, minusvaloraciones, etc.
- Conductual o motor:son síntomas observables como tartamudeo, tics, movimientos torpes y desorganizados, hiperactividad, actitud evitativa, paralización motora, rigidez, etc.
- Fisiológico o corporal:palpitaciones, sequedad bucal, sudoración excesiva, sofocos, mareos, náuseas o vómitos, ahogo, hipertensión, opresión en el pecho, respiración acelerada, diarrea y otros problemas digestivos, hacer pipí con mucha frecuencia incluso accidentes durante la noche, tensión muscular, sensación de hormigueo, dolores de cabeza fuertes, fatiga, temblores e, incluso, problemas a nivel sexual (impotencia, frigidez, eyaculación precoz…).
Si tras leer este post y ver el vídeo te sientes identificada/o y crees que necesitas apoyo profesional para aprender a controlar tu ansiedad y resolver esa o esas situaciones que lo provocan, no dudes en hacerlo, a veces la solución es más fácil de lo que nos parece.