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Nuestra tradición judeo-cristiana ha hecho que hayamos interiorizado la culpa a niveles insospechados: “tengo la culpa de…”, “ha sido por mi culpa…”, “tú tienes la culpa…”, “¿quién es el culpable?”, etc.
En este sentido, la culpa no sirve para nada. Bueno, sí… para hacernos daño, para castigarnos a nosotras/os mismas/os, para sumergirnos en el malestar, pero no para resolver la situación y avanzar.
A mí me gusta escenificar la culpa como “ay, qué pena, qué pena, qué pena, qué pena… (miro el reloj…) qué pena, qué pena (cojo aire… y sigo) qué pena, qué pena…”. Así hasta que te hartes. Pero no implica resolver una situación que te produce malestar.
La culpa, en positivo, es lo que llamamos la “responsabilidad”. Siguiendo el mismo ejemplo, sería “ay, qué pena… ¿qué puedo hacer?”. En otras palabras, la responsabilidad te hace conectar con la emoción de la culpa, pero no perderte en ella, sino buscar una solución: ya sea pedir ayuda, pedir perdón, etc.
Mi experiencia en consulta (y mi propia experiencia personal) me ha servido para aprender que la culpa esclaviza y la responsabilidad libera y ayuda a crecer personalmente.
Sentirse culpable de algo no ayuda. Si te has equivocado y has producido algún tipo de agravio a otra persona, sentirte culpable no te hace ningún bien a ti, pero tampoco le hace bien a la otra persona. Recuerda, que hemos dicho que nos solemos perder en la intensidad emocional de la culpa. No la gestionamos adecuadamente. Y aunque la explicación pueda estar en la cultura o la educación recibida, no es una excusa para no aprender de ello y tampoco es excusa para no cambiar.
Otra cuestión a tener en cuenta es la valoración real de la situación. Muchas veces, cuando la autoestima de una persona está afectada o vive una situación difícil (como, por ejemplo, cuando una mujer sufre violencia por parte de su pareja o ex pareja), entran en juego otros factores que nos pueden dar pistas de si la valoración de la responsabilidad está alterada o no. ¿Qué quiere decir esto? Te lo explicaré con un ejemplo:
“María (no es el nombre real), de 43 años, casada con un maltratador desde los 21, al que conoció cuando tenía 15 años. Él es 10 años mayor que ella y siempre ha ejercido influencia sobre su mujer, o lo que es lo mismo, la ha manipulado (recuerda que no hay un perfil de hombre maltratador, pero lo que si tienen en común todos los agresores es que son muy manipuladores). Ése es un factor importante. Si lo tengo en cuenta, cuando María me cuenta escenas de su vida cotidiana que terminan en una agresión psicológica ‘por su culpa’, podré hacerle ver que no es así. Es decir, que él le echó una bronca la semana pasada porque ella no se había acordado de hacerle la comida, aun cuando él ni siquiera había avisado de que ese día comía en casa. Cuando no vives una situación de violencia, es fácil ver que María, en esa situación concreta no tiene culpa (eso decimos en el lenguaje coloquial, pero lo que queremos decir es que no es responsable de ello). Pero María se siente así porque su agresor se ha encargado de ‘enseñárselo’ a base de machacarla a lo largo de los años. Teniendo en cuenta todo esto, yo puedo trabajar con María en desmontar esas creencias de ‘yo tengo la culpa por no hacerle la comida’ o ‘tenía que haberlo sabido o previsto’, por ejemplo”.
Y, ¿por qué es importante distinguir entre culpa y responsabilidad y saber si realmente es responsabilidad mía o no. Pues para evitar situaciones como las de María u otras más comunes y menos desagradables, pero también molestas de la vida cotidiana con nuestro entorno.
Entender esa diferencia, libera. Te otorga autonomía personal y te permite gestionar los conflictos o las situaciones inesperadas con libertad y objetividad. Si la culpa es una reacción automática, estás encadenada/o al malestar.
Aunque te parezca difícil, no te preocupes, esto se aprende. Empieza a cambiar tu vocabulario. Ante una situación, no busques culpables, sino soluciones. Destierra además la palabra culpa de tu discurso y de tu pensamiento, habla en términos de responsabilidad, porque es positivo, porque es constructivo y porque es saludable emocionalmente.
Recuerda que en cualquier situación tenemos parte de responsabilidad. Es decir, la responsabilidad es como un campo de tenis. Tú sólo tienes que ocuparte de tu campo. Nunca te quedes en la línea de fondo. Tu responsabilidad va desde la línea de fondo hasta la red y ésa es de la que te tienes que ocupar. De la red hacia el otro campo es responsabilidad de otra persona o de la situación o de lo que sea en cada caso. Por esa parte no debes preocuparte jamás. Sólo encárgate de tu mitad.
Te pongo dos ejemplos:
- En el caso de María, hay una parte de responsabilidad que ella tiene que asumir: tiene que entender que él es un maltratador y que no va a cambiar, y además entender que ella lo eligió porque tenía determinadas creencias o buscaba determinados rasgos en un hombre, digamos por ejemplo que fuese protector, mayor que ella, etc. Pero Jose, como puedes decir que María tiene responsabilidad en que la maltraten. Muy sencillo: porque si María no asume su responsabilidad, no podrá salir de esa situación. Y en el caso hipotético de que él la dejase, volvería a caer en una relación de maltrato con otro agresor, pues ella puede estar pensando que si la tratan mal o bien, depende de que la otra persona sea mala o buena con ella. Y eso no es cierto. Si yo al tercer día de conocerte te presto mil euros, no estoy siendo responsable: ¿a que tú no lo harías? Pues si María toma conciencia de su responsabilidad, podrá salir de esa relación de años de violencia y en el futuro, tendrá el poder de no permitir que la dañen. La otra parte de la responsabilidad, del campo de tenis, ya sabemos que es del agresor. Que se ocupe de ella o no, no es cosa nuestra. Para eso está la justicia (para separarte, para denunciar los malos tratos…), pero en ningún momento esperaremos que su agresor se de cuenta de lo que ha hecho. Si se da cuenta o no, si cambia o no, eso ya pertenece a la intimidad de él, no a María. María sólo tiene que asumir su responsabilidad y salir pitando de ese matrimonio.
- Otro caso, por ejemplo, sería a la hora de buscar trabajo. Mi responsabilidad es tener un buen currículum y/o videocurrículum, mantener una adecuada imagen y actitud en las entrevistas, llevar un diario o cuaderno de dónde dejo el currículum, a quién se lo dejo, qué día y a qué hora, y anotar cualquier dato interesante. Y cada dos meses volver a presentar el currículum en las empresas que sean de mi interés. También es mi responsabilidad formarme en lo que necesite, aprender lo que me resulte útil, hablar con las personas adecuadas, etc. Pero si al final de todo eso, de hacer una búsqueda adecuada de trabajo y hacerlo en excelencia, no encuentro trabajo, eso pertenece al otro campo de tenis. No me voy a sentir culpable porque yo he hecho y voy a seguir haciendo todo lo que esté en mi mano por encontrar trabajo. Las personas que se lo plantean así, suelen encontrar trabajos mejores y en menos tiempo, se sienten más satisfechas con ellos y además, durante el periodo en que no lo encuentran, no se sienten mal por ello, pues están cumpliendo con su parte de responsabilidad en esa búsqueda. Tienen claro que ‘buscar trabajo es un trabajo’. Y cumplen con ese trabajo.
Así que, sea cual sea tu caso, trata de cambiar el chip. Sé responsable de tus palabras, de tus actos, de tu vida… pero jamás te sientas culpable. Eso no sirve de nada. Eso te paraliza. Sin embargo, en la responsabilidad está la acción, la paz y el éxito.