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A menudo me llegan mamás pidiéndome ayuda para sus hijas o sus hijos, insistiendo en que hablen con ellas/os. Cuando pregunto por el motivo suelen indicarme que “están perdidas/os”, “no sabe qué quiere hacer con su vida”, “ni estudia ni trabaja”, “ha cambiado ya tres veces de estudios/trabajo porque no le gusta”, … Y también, han venido a mi directamente esos chicos y esas chicas pidiéndome consejo o información. Y la verdad es que es una decisión importante, pero antes de dar unas orientaciones prácticas para encontrar la verdadera vocación, quiero que analicemos el contexto.
Un error muy común que veo en muchas familias es que mamás y papás han intervenido siempre en las decisiones personales de sus hijas/os desde que nacieron. A veces casi, rozando la sobreprotección, para evitar cualquier margen de error (cosa imposible en la vida porque en la naturaleza del ser humano está el equivocarse y gracias a esos errores, aprendemos y crecemos). Pero hay una serie de situaciones incómodas que llegan a la vida de chicas y chicos que tiene un matiz curioso: cuando hay un momento crucial e importante, como elegir qué camino seguir en la vida, muchas mamás y muchos papás, dan un paso atrás y se lavan las manos. Pondré un ejemplo:
“Paquito, con 16 años, que tiene que elegir qué rama de bachillerato coger para estudiar en el futuro un Grado Superior o una carrera universitaria, pregunta a su padre y a su madre, qué puede hacer. Les pide consejo. La mamá y el papá de Paquito, abrumados por lo complejo de la situación (sí, yo pienso que elegir qué harás el resto de tu vida, creyendo que nunca podrás cambiar de rumbo, supone un suplicio), le dicen a Paquito que ya es mayorcito y que se las apañe solo, que es su vida y que él verá lo que quiere estudiar (esto me hace gracia porque nadie se da cuenta de que le están ‘descuidando’ a la vez que le están dando el arma perfecta para hacer lo que quiera cuando le venga en gana con ese ‘tú verás lo que haces…’). Paquito, de nuevo sólo ante el conflicto de elegir sin saber qué quiere realmente y pensando en los mitos que existen sobre esto (‘elige algo con lo que ganes dinero’, ‘tiene que ser algo importante, de reputación’, ‘elige algo útil y no esas chorradas que a ti te gustan de pintar’, etc.). Por lo que Paquito, haciendo caso de lo que sabe, de lo que la sociedad dice, de lo que se le da bien en clase y algún que otro consejo que le haya dado alguien de fuera, elige lo que cree más conveniente”.
Pobre Paquito, pienso yo. Probabilidades de estrellarse a partir de ese momento: multiplicadas por 5. ¿Por qué? Porque para elegir qué quieres hacer en tu vida, tú vocación, hay que conocerse, conocerse a fondo y bien. Y a veces, en esa edad, uno cree que es lo que los demás dicen o espera que él o ella sea. Pero eso, en realidad, no soy yo. Para saber quién soy yo y, por tanto, amarme (tener una autoestima alta – no confundir con prepotencia o chulería, no tienen nada que ver) alguien me ha tenido que enseñar a conocerme y a amar quién soy. Pero el tipo de educación que hemos recibido en casa, raramente se preocupaba de enseñar a conocerte y a amarte: con hacer algunas tareas de casa, tener tu habitación en condiciones y llevar tus estudios al día, basta… por desgracia.
Y, ¿qué problema tiene no conocerse y, en consecuencia, no amarse bien? Pues que si a tu hijo o a tu hija lo que le gusta es el arte pero su padre y/o su madre lo consideran una pérdida de tiempo; si además en la familia hay una estirpe de “la profesión de turno” (ya sea abogacía, carpintería, hostelería, medicina, electricidad, profesorado, etc.); y además no se le ha enseñado a tener sueños y a perseguirlos de un modo racional y emocional… seguramente, nuestro hijo o nuestra hija, elegirá lo que espera el mundo que elija, pero no elegirá lo que él o ella aman hacer realmente.
Atención, pregunta: pero es que si elige esas tonterías ¿de qué va a vivir el resto de su vida y cómo va a ser un/a hombre/mujer de provecho? (un momento, que me estoy llevando las manos a la cabeza…). Ese tipo de ideas, precisamente, es lo que acaba con la genialidad de las personas. Si realmente amas a tu hija/o, apoya su camino desde el sentido común, no desde creencias limitantes que hace que no se desarrollen a su máxima potencia. Hemos entrado en una era en que no existen los trabajos fijos y para toda la vida, con sueldo estable. Esta era es la del emprendimiento, la del trabajo autónomo. Es la era de vivir de alquiler por si quieres cambiar algún día. No es la era de comprar una casa y pagarla durante toda tu vida laboral y parte de tu jubilación. Si vamos a seguir con la mentalidad del pasado, en una sociedad que ha cambiado, tendremos problemas. Es como si yo quisiera pagar con pesetas… Y si viene a tu mente la idea de que “hay gente que tiene un trabajo fijo y estable”, te preguntaré ¿por cuánto tiempo? ¿es seguro y estable de por vida? Nada lo es. Por lo que enseñar a nuestras/os hijas/os a vivir en una realidad cambiante, a confiar en su potencial y en sus herramientas para afrontar cualquier situación en la vida, le estarás asegurando lo que tú más deseas para ellas y para ellos: que sean felices. Pues bien, ser feliz no es, exclusivamente, un trabajo fijo (aunque no me guste). Ser feliz es sentir que ERES, que puedes SER, que no tienes que aparentar nada, ni vivir por ni para nadie. Que si a mí me gusta el arte, vuelque toda mi energía en desarrollar al máximo todo mi potencial en ese tema. Eso me hará crecer, expandirme y tener una adecuada autoestima.
Hay muchas técnicas para trabajar este tema en consulta y ayudar a los chicos y a las chicas a encontrar su verdadera vocación. Hacer una inversión en conocerse y aprender a amarse, es la puerta para elegir adecuadamente en el futuro y descubrir la verdadera vocación.
La fórmula del éxito es:
CONOCERSE + AMARSE + SOÑAR + SER CONSTANTE + ERRAR + APRENDER = SER FELIZ
¿Te apetece sumar?