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¿Qué hace nuestro cerebro cuando no hace nada? ¿Qué pasa cuando no tiene algo específico que hacer o a lo que atender? Vagabundea: va de un lado a otro, sin rumbo fijo. Y ¿qué ocurre entonces? Pues que, en su deambular, va tropezando con pensamientos e imágenes que tenemos en nuestro “almacén” y que suelen cumplir tres características básicas:
- Están automatizados, es decir que aparecen de manera involuntaria. Esto suele darse en aquellos pensamientos que, neuronalmente hablando, hemos recorrido una y otra vez: nos resultan tan familiares que no es necesario poner mucha atención para que aflore todo su contenido.
- Suelen ser ideas relacionadas o pertenecientes al pasado o al futuro. Como la mente está divagando, desconectada de lo que está pasando en el momento presente, no suele acceder a contenido relacionado con ese instante, sino anterior o posterior.
- La mente necesita controlar la situación, necesita controlarlo todo, en todo momento, pues tiene la necesidad de estar siempre en lo cierto. De ahí que navegue por esos pensamientos, les hace sentir el control, la certidumbre.
Y podemos decir más: la mayor parte del tiempo la mente se encuentra en este estado, la mente suele vagabundear (podemos decir que es el estado básico, por defecto, de nuestro cerebro). Sin embargo, eso no significa que necesariamente sea malo o que siempre sea así. Un efecto beneficioso de estar en ese modo automático es que se facilitan los momentos de ensoñación, aquellos relacionados con la creatividad. Algo así como lo que le ocurrió al matemático griego Arquímedes de Siracusa con su famoso “eureka” (o lo que es lo mismo “lo descubrí”). Es más, si lo piensas un poco, cuando piensas en eureka vienen a tu mente imágenes de científicos o, incluso, de Albert Einstein. Y es que muchos de los descubrimientos de la Humanidad ocurrieron en esa fase de deambulación mental, estando en una zona más fantasiosa de nuestro cerebro y menos lógica. Por tanto, en muchas ocasiones, al dejar volar momentáneamente nuestra mente, busca cosas en el pasado y las proyecta al futuro, permitiendo que puedan nacer nuevas buenas ideas.
Pero también está “el lado oscuro” del vagabundeo: cuando la mente que deambula sin rumbo y sin control se fija en aquellas imágenes y pensamientos relacionados con anticipar problemas, posibles dificultades, la preocupación por lo que no terminamos, el impulso de control excesivo, etc. Como consecuencia de “navegar” por ese lado oscuro, se activan nuestros sistemas de defensa y entramos en un estado de alerta, que además nos resulta muy familiar pues solemos pasar mucho tiempo funcionando así. Y no sólo eso, sino que además nos distraemos más, aumenta la ansiedad, el estrés o, incluso, fomentan estados depresivos. Podríamos decir que la mente cuando deambula está vulnerable y es propensa al contagio de todo aquello que va encontrando a su paso por nuestros recuerdos.
¿Cómo sabemos esto? Fue un “eureka”, se descubrió por accidente durante el desarrollo de un experimento. Mientras los sujetos del experimento descansaban después de realizar una tarea, el equipo científico observó que se activaban determinadas zonas del cerebro (frontales, posteriores del córtex y el precúneo, una zona particular del cerebro).
Así definieron tres formas de respuesta del cerebro cuando deambula sobre algo que le produce malestar y se las conoce como las tres efes (por su nombre en inglés fly, fight y freeze):
- Un tipo de respuesta ante el malestar es la huida (evitar, escapar, irse). En inglés se dice “fly” (volar) y es la reacción de nuestra mente cuando vivimos situaciones desagradables mantenidas en el tiempo, por ejemplo, a nivel familiar. Recuerdo el caso de una mujer maltratada que se separó y su hija adolescente, que había vivido bajo ese sistema de violencia, comenzó a intensificar su dominación y control sobre su madre, incluso usando violencia contra ella. La madre, que ya había salido de una situación de maltrato de más de veinte años, de la cual no estaba recuperada, trataba de huir de esta situación. ¿Cómo lo hacía? Intentaba que otras personas le solucionaran el problema con su hija: lo dejaba en manos de sus hermanos y hermanas, en manos de la orientadora del centro escolar, incluso llegó a recurrir a su ex marido (el agresor). Si no le daban la razón, se sentía aún más víctima. No asumía su responsabilidad. Y seguía huyendo. Pero eso agravaba aún más el problema, puesto que su hija cada vez se sentía peor, más abandonada, y su reacción era castigar más a su madre. La madre cada vez huía más: un fin de semana a Sevilla con un hermano, las navidades en Barcelona con otra, etc.
- La segunda forma de respuesta de nuestra mente es luchar(o en inglés “fight”). Intenta pelear con el objetivo de eliminar eso que está ocurriendo en ese momento. Es lo que solemos hacer cuando nos encontramos con un problema y nos enfadamos: comenzamos a quejarnos como si quisiéramos eliminar eso que nos atormenta con cada frase que pensamos o decimos.
- Cuando nuestra mente se ve superada se congela(del inglés “freeze”). Es como si entrara en colapso y se bloquea (a veces a través de la angustia y otras veces a través de estados depresivos). Como no puedo huir, ni pelear, me congelo. Es como si fuésemos un avestruz que entierra la cabeza para evitar el peligro. Podríamos poner el ejemplo de una persona que es machacada a diario por alguien que está en un puesto superior en su trabajo: no puede huir (no puede dejar el trabajo porque lo necesita para vivir) y tampoco puede enfrentarse (es su superior y si se enfrenta pierde el trabajo). Como siente que no puede hacer nada y el miedo le supera, se bloquea.
Hasta ahora parece todo muy negativo, como si no pudiésemos hacer nada para combatir todo esto. Pero hay una alternativa plausible, de la que ya os hemos hablado otras veces: el Mindfulness (la atención plena). Su objetivo es vivir presente, vivir cada momento estando presente (estar en el momento presente, aquí y ahora, en cuerpo, alma y mente).
Tiene su lógica: como el pasado ya no está, no podemos volver atrás y cambiar nada; y el futuro no existe, no nos pertenece; lo único en lo que podemos influir es en el momento presente. Todo se reduce, se simplifica, se concentra en el aquí y ahora, como le ocurría al protagonista del libro “Mi minuto esencial” de Spencer Johnson.
Pero no sólo estar presentes, de cualquier manera, sino sin juzgar. Recuerda que hemos hablado muchas veces de la herencia cultural que hemos recibido: el juicio. Nos han educado para juzgar, a otras personas, a determinadas situaciones pero, también, a nosotras/os mismas/os. Ponemos etiquetas o hacemos juicios del tipo: bueno o malo, bien o mal, guapo o feo, mejor o peor, grande o pequeño, etc.
¿Cómo lo hace entonces el Mindfulness? Eligiendo permanecer en la situación, tal cual es. Estar presente y vivir la experiencia.
El evento (o la situación) siempre es neutro. Somos nosotras/os quienes hacemos un juicio o etiquetamos. Cuando practicamos ese “estar presente” frente a una situación sin juzgar, estamos más atentas/os, más conectadas/os y, en definitiva, nos sentimos mejor. Sólo cuando nuestro cerebro está atento y conectado, podemos sentirnos felices. ¿Por qué? Porque la mente se libera de todas esas preocupaciones o rumiaciones sobre las que no tenía control y acepta la situación en su forma original para afrontarla con conciencia.
Numerosos estudios científicos han demostrado que cuando se entrena la mente en atención y conciencia plenas, en estar presentes, se activa una zona llamada “red fronto insular” que imprime la voluntad a lo que sé hacer, puesto que conecta la motivación con la acción.
En resumen, nos permite estar atentas/os, estar conectadas/os y sentir a la otra persona, empatizar o sentir compasión con aquello que está ocurriendo. Podemos hacerlo si estamos dispuestas/os a entrenar nuestro cerebro.