Hoy quiero traeros una reflexión que vino a mi mente después de ver la película “Requisitos para ser una persona normal” dirigida por Leticia Dolera, quien también hizo el guión y la protagoniza.
En la película, Leticia es María de las Montañas, una chica particular que busca ser “normal” para “encajar” en la sociedad y poder así ser feliz. Para no hacer spoilers (desvelar partes importantes de la trama) me voy a centrar en mi reflexión.
Quiero aclarar que me parece una de las mejores películas que he visto en mucho tiempo, destacando el gusto de su dirección de fotografía, una variada y alternativa banda sonora, y un ritmo perfecto. En mi opinión, la directora hace una crítica maravillosa al concepto de “normalidad”, incluyendo visiones poco comunes en el cine: como el punto de vista de personas con diversidad funcional psíquica, tratado con mucho amor, con mucho gusto y con mucha realidad. Uno de los personajes principales es Down y lleva una vida absolutamente NATURAL, feliz con su diversidad y pleno de coherencia y sentido común.
Además, se trata, aunque no de forma directa, la violencia machista y las secuelas que deja tanto en la mujer que la sufre como en sus hijos e hijas. Me parece que Leticia sería capaz de hacer una película sobre esta lacra, de una forma correcta y reivindicativa, sin caer en sensacionalismos. Espero que esté entre sus planes.
Pero volviendo al tema me gustaría hablar de una de las grandes dudas existenciales del ser humano: cómo ser feliz. Me refiero al diálogo interno que tienen sus protagonistas y que es similar al que tenemos en la vida real: Ser una/o misma/o y el conflicto que ello genera con lo que hemos aprendido socialmente que debemos ser (tener una vida normal) y con lo que es o no ser feliz.
De este modo, se barajan varios pilares fundamentales que se suponen tiene toda persona feliz: (1) trabajo, (2) casa, (3) pareja, (4) vida social, (5) vida familiar y (6) aficiones.
TENER. Así entiende la sociedad la felicidad. Nos han educado o programado para buscar la felicidad a través conseguir o comprar cada vez más cosas. Cosas que no necesitamos, pero que otras personas tienen y se les ve felices. O cosas más nuevas que sustituyen a otras no tan nuevas pero que funcionan para ser más actual y feliz. Cosas que sustituyen momentos, cosas que sustituyen personas, cosas que nos sustituyen a nosotros/as mismos/as.
Desde muy pequeño mi padre insistía en la idea de lo bien que estaría si tuviese un (1) TRABAJO “fijo”. Cosa que anhelaba pero que me aterraba a partes iguales; pasar toda mi vida en el mismo sitio, haciendo lo mismo con la misma gente y de la misma manera. La sociedad le daba la razón y se veía al funcionario o a la funcionaria como el Rey Midas de la clase media. Y así me crié, buscando ser más, ser mejor, saber más y llegar más lejos. Pero mi carrera profesional comenzó justo con los primeros albores de la crisis. No voy a negar que mi esfuerzo siempre ha tenido recompensa (aunque a veces yo no la viese) y con 24 años, conseguí un puesto en una administración local (a tiempo parcial, eso sí), pero con perspectivas de futuro y en algo que me gustaba. Era psicólogo y estaba ejerciendo. Atrás quedaban los comentarios de mi hermana sobre mi penoso futuro: “¿psicólogo? Vas a pasar mucha hambre”. Claro que, como en el caso de mi padre, el comentario extendido en la sociedad era el mismo: “todos los psicólogos están en paro” (perdonad el género de la frase, ya sabéis que la sociedad es machista y eso de usar masculino y femenino, todavía les pilla lejos). Pero casi prefería esa frase antes que otra, que también estaba muy extendida: “todos los psicólogos están locos”. Esta segunda la entendí con el paso de los años: no existen personas cuerdas ni locas, existen diferentes personas, porque quien esté libre de rarezas… ¡que tire la primera piedra!
En fin, que poco me duró esa “estabilidad”. Durante dos años, los dos años que fui laboral en el ayuntamiento, eché 2000 currículums. Sólo me llamaron de un sitio: CATSA. Un Call Center del Parque Tecnológico de Málaga en el que trabajé una vez como teleoperador de Movistar. El hombre que me hizo la entrevista me dijo al salir que estaba muy cualificado, que nunca había visto a nadie tan preparado. Pero a la semana siguiente, me llamó y me dijo que no me podía contratar porque ya había estado antes en la empresa y su política era no contratar trabajadores que ya hubiesen estado en un puesto similar dentro de la empresa. Eso me produjo un bajón impresionante. Pero seguía consolándome con la idea de que nunca había estado sin trabajar desde que acabé la carrera.
Pero a los dos años, la vida me dio otra lección, y pasé a ser autónomo en el mismo puesto de trabajo. He de reconocer que, con la cajita de creencias que llevaba a cuestas, lo viví como un drama humano. Drama porque también perdía parte de mi estabilidad: (2) la PAREJA. Pareja que había montado sobre pilares tradicionales del amor romántico y que más que un disfrute era un tormento al que me apegaba a diario para seguir viviendo. Pero la vida empezó a mandarme trabajo, cada vez más trabajo, y con él el reconocimiento de la gente. Muchas personas, sobre todo mujeres (población con la que yo trabajaba mayoritariamente), me hacían reconocimientos a diario con sus gestos de cariño, con cartas y mensajes o con regalos. Yo no entendía muy bien a qué venía aquello, pero lo cierto es que me hacía sentir bien. Aunque no me daba cuenta que me estaba aficionando al bienestar externo, y estaba cayendo de nuevo en el TENER. Me gustaba TENER todo ese cariño, como recompensa a todo ese trabajo que hacía, encontrándome tan mal por pasar a ser autónomo y soltero en el mismo mes.
Con el paso de los años fui aprendiendo de aquellas cosas que ocurrieron entre octubre y noviembre de 2010. Lo llamé el destino. Más tarde, el Universo. Y a día de hoy lo llamo, mi vida.
Otro de los pilares fundamentales que, según la sociedad, y que la protagonista de la película busca, es tener una (3) CASA. He tenido la enorme suerte de vivir fuera de casa desde que tenía 18 años. Primero compartiendo piso y a partir de 2010 sólo. Vivir fuera de la casa familiar y vivir sólo habían sido dos sueños que siempre había querido cumplir y que llegué a hacer realidad. Pero, una vez más, el peso de las creencias asimiladas por la educación y la cultura, hizo que no disfrutara lo suficiente: no eran MI CASA. De donde yo vengo, tener una casa en propiedad es la felicidad, y si no es de propiedad, no es una casa. Recuerdo a mi padre diciéndome en cada mudanza “no sé para qué quieres tantas cosas”. Él siempre esperaba que volviese a casa. Y algunas veces, así fue. Pero sin mis cosas, no me sentía en mi casa. Cuando estudiaba el “mi casa” no era tan importante. Ni siquiera la primera vez que viví sólo. Pero con el tiempo, pensé, como dice la canción, que donde yo estuviese, esa sería mi casa. Y me hice el valiente muchas veces, y alquilé pisos maravillosos que llené de mis cosas. Cosas compradas con mi dinero, un mueble de mi abuela y regalos de mi madre o de mi padre. Pero, era un alquiler, no era mi casa.
Podría parecer que la felicidad nunca era completa. Siempre había un “pero”. Y me hice experto en observar lo negativo o en controlar todo aquello que me faltaba: lo que NO TENÍA. Me daba cuenta cada vez que recordaba los programas de Supernanny: un día dijo “la sociedad se centra en castigar las conductas negativas en lugar de reforzar las positivas, de ahí que sean las negativas las que se repiten, porque son las que se refuerzan sin querer”. Y “sin querer” queriendo, yo me fijaba en lo que quería tener y no disfrutaba lo suficiente lo que ya tenía (teniendo en cuenta, y nunca mejor dicho, que TENER no es sinónimo de felicidad, como ya te habrás dado cuenta).
No os lo vais a creer, pero sobre la (4) VIDA SOCIAL también hemos archivado una serie de creencias. Por ejemplo, que las amistades del colegio son para toda la vida o que si cambias de amistades el problema lo tienes tú. Es fácil mantener las amistades de toda la vida, sí, pero sólo cuando tu vida no cambia casi nada respecto de la que ya tenías o de la que tienen tus amistades. Pero, por mi experiencia vital y por las experiencias de los miles de personas que me he cruzado personal y profesionalmente durante estos años, sé que las amistades cambian. Uno evoluciona, aprende cosas nuevas, conoce gente nueva, va a sitios nuevos y hace cosas nuevas. Si los gustos se mantienen similares puedes seguir manteniendo el contacto con las mismas personas, pero si cambian, es probable que las relaciones también lo hagan. No hay una norma, o al menos yo no la pondría. A estas alturas ya os habréis dado cuenta de que lo “normal” no existe. ¿Qué es ser normal? O, ¿qué es lo normal? ¿Lo común o lo frecuente es lo normal? Es decir que, en España, lo normal es ser católico no practicante o ser machista, puesto que son dos cosas que abundan. Si eso es ser normal, no soy normal, es más, soy muy raro. Y me alegro de serlo, aunque, en ocasiones, todavía ello me pese. Conozco a gente que no es capaz de comer sola en un bar o de tomar un simple café. Conozco a gente que no es capaz de irse de viaje en solitario. También conozco a personas que no van sin su pareja o sus hijos e hijas a ningún sitio, les aterra. Del mismo modo, conozco a gente que va con gente a la que necesita para ir a sitios, pero a quienes no soportan o, incluso, odian. Pero toda esta gente, se sienten que viven en la norma, que son normales. Por suerte yo puedo ir sólo o acompañado de viaje, o a comer a un restaurante o viajar. ¿Qué me gusta más? Depende. Me gustan ambas cosas. Lo que no me gusta es estar en ningún sitio, con alguien con quien no quiero estar. Mi trabajo me costó aprenderlo y aceptarlo. Ello me llevó a terminar relaciones (familiares, de pareja, de amistad, de trabajo…) y a crear otras nuevas. Estar en pareja, no tiene porqué ser la felicidad. Como tampoco tiene porqué serlo estar sólo. La felicidad está en el ser, no en el estar. Es decir, ser feliz siendo. La felicidad está en reconocerse a uno/a mismo/a por el mero hecho de existir, de ser. No por estar sólo o acompañado. Es decir, que una vez aceptado nuestro propio ser, podemos ser felices en cada una de sus modalidades, sólo porque somos. Quizás esto es muy profundo, pero lo irás entendiendo. Por tanto, tener vida social, no implica ser feliz. Hay personas que están rodeadas de personas, que van al cine, a bailar, a pasear, a la naturaleza, etc. y se sienten solas. Y personas que hacen muchas menos cosas y se sienten acompañadas.
No habría que hacer distinción con la (5) vida familiar, ¿o sí? Una cosa está clara: a la familia no se la elige, te toca, ¿o no? Siempre había escuchado que la familia te toca y que tenías que quererla. Es decir, tenías que quererla, aunque te hicieran críticas constantes, te trataran como a un ser de otro planeta, hiciesen comentarios xenófobos o vieses como hacían daño a otros seres queridos. Menuda papeleta. Por suerte (aunque otros hablarían de desgracia) pude aprender que a las amistades las encuentras en la calle y a la familia, en la sangre. Se elige a la familia. Hay gente que piensa que algo espiritual o cósmico, hizo que tu alma eligiese a las almas que están dentro de tus seres queridos. Yo prefiero pensar en otro tipo de elección, es decir, en que yo tengo la responsabilidad y la capacidad de elegir si quiero seguir teniendo contacto con personas de mi familia o no. Es más, tengo primos a mil kilómetros que saben cosas que primos que estaban en mi pueblo no sabían. Mi suerte fue que aprendí que sólo quiero junto a mí a las personas que tengan la capacidad de respetarme, sean quienes sean. Pero si no me respetan, no quiero que estén en mi vida. Veo personas aferradas a una madre que las humilla a diario, o a un padre que abusó sexualmente de ellos o de ellas en la infancia. Relaciones tóxicas entre hermanos/as. Familiares que presionan al resto para machacar a otra persona de la familia y conseguir así sus objetivos. Peleas por herencias, por derechos, por galones. No conozco todavía, en ningún caso, una “buena familia”. En todas, cuecen habas, puesto que el concepto de amor en el que se han formado, no era el más sano, y eso tiene sus consecuencias. Pero en Navidad, en los pasillos de los hipermercados, todo es amor. Quizás en sus casas no. Una vez más, TENER una familia, no significa SER feliz.
Y el último de los pilares que aparecen en la película son las (6) aficiones. Sobre esto hay diversidad de opiniones. Yo sólo voy a hacer una aclaración personal, mía, muy mía: yo entiendo como afición algo que me gusta hacer, sin hacer daño a nadie. Es decir, siento decir que para mí la caza o ver una corrida de toros, no es una afición. Como no lo es una pelea de gallos, o darse de hostias en un ring en según qué deportes. Lo respeto, más o menos, pero no lo comparto para nada. Pero hay algo que considero más importante para cualquiera y es el hecho de que muchas personas no dedican tiempo a sus aficiones por falta de tiempo, de recursos o por vergüenza.
Las personas que no disfrutan de sus aficiones por falta de tiempo, al final se conforman con otras actividades menos gratificantes hechas con muy poca frecuencia. Por ejemplo, una mujer, madre y ama de casa, que ha sacrificado su vida profesional por un mandato social que le hace creer que debe dedicarse en exclusiva a cuidar a su familia, al final sacrificará también sus aficiones o las transformará en cosas que, si se pueda permitir más o menos y, sobre todo, con las que se sienta menos culpable. Os pongo varios ejemplos reales: el caso de una mujer que soñaba con ser bailarina profesional de bailes de salón y tener una escuela de danza, que decidió “distraerse” con las plantas de su patio; o el caso de otra mujer que vendió todas sus porcelanas de colección porque su marido consideraba que era una pérdida de tiempo y de dinero, mientras que él seguía comprando armas y material de casa y seguía yendo a cazar cada fin de semana. O el caso de un hombre que se volcó en aprender cada vez más cosas y en trabajar, porque no se veía capaz de escribir, que era su verdadera pasión.
Al final, no conocernos o dejar de mirarnos, lo único que provoca es que dudemos de lo que nos gusta y lo acabemos abandonando. En mi caso, dedicaba cada momento de mi vida a crear cosas, pero siempre para el trabajo y nunca había escuchado esas cosas que se iban apagando poco a poco en mi interior: como ser actor, ser pintor, cantar, escribir libros… Cosas que cuando las he realizado me han hecho sentir bien. Habrá personas que opinen que canto fatal. Sé que no canto bien, pero eso no significa que deba dejar de hacerlo. Siempre pienso en este caso concreto en el periodista Jorge Javier Vázquez, que decía de sí mismo que no cantaba bien, pero que estuvo varios años dando clases de canto para aprender a controlar su aparato fonoarticulatorio. En el colegio recuerdo lo fácil que me resultaba aprenderme un guión para la obra de teatro de fin de curso, pero el pánico que me daba actuar y que la gente me juzgase. Hoy en día me dedico a hablar en público, dando talleres, sesiones grupales y conferencias. Voy a la radio y a la televisión. Y sigo poniéndome nervioso. Lo llamo “los nervios del artisteo”. Y no me pesan. Son necesarios para que todo salga a pedir de boca.
Lo que si me pesa es el miedo a lo que la gente pueda pensar. Es una cosa que llevo tiempo trabajando y que pronto veréis superada en nuestro canal de YouTube. Por eso, todos estos años me he dedicado a desarrollar cada vez más mi profesión, a aprender y a crear dentro de un espacio en el que me sentía seguro. Pero por fortuna, he tenido la lucidez suficiente, en determinados momentos de la vida, para salirme de la norma y elegir aquello que realmente me gustaba: estudiar italiano, aprender a fotografiar y retocar imágenes, diseñar con photoshop, escribir y publicar un cuento infantil… Y lo sigo haciendo, aunque me cueste, como hace poco, que estuve en un taller de dibujo con un artista americano conocido, donde todos y todas eran artistas y sabían dibujar y pintar perfectamente. ¿Qué aprendí? A superarme a mi mismo. Mejor dicho, a superar lo que los demás decían que era YO, y ser realmente yo mismo, SER.
TENER o HACER no traen la felicidad. Nelson Mandela cuando estuvo preso en Sudáfrica se dedicó a escribir sobre la libertad. No estaba libre, ni podía hacer lo que quisiera, pero se sentía libre. Se sentía libre porque para él la libertad habitaba en el SER.
Cuando eres capaz de eliminar todas las limitaciones externas, cuando superas las normas sociales que te aprietan, cuando te dedicas tiempo para conocerte profundamente y amarte, cuando dejas de sentirte culpable por hacer lo que te gusta, cuando dejas de buscar fuera lo que puedes hallar a partir de tu interior y cuando te abandonas a la maravillosa experiencia de SER, sólo SER, la felicidad te encuentra.