El reparto de tareas en el hogar ha sido una meta que el Feminismo (movimiento que lucha por la igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres) se ha marcado siempre. El concepto que engloba el reparto de tareas en igualdad se conoce como corresponsabilidad doméstica.

Esto parece algo poco interesante y poco preocupante para la mayor parte de la sociedad. Sin embargo, las mujeres lo vienen sufriendo durante cientos y cientos de años, siendo muy común escuchar a nuestras mujeres, hijas, nietas, madres, hermanas, abuelas, amigas o conocidas decir “pero yo como voy a hacer nada para mí, si me falta tiempo para llevar la casa”. Ésta, quizás, es la principal señal de alarma para notar que las cosas no están del todo bien en nuestra casa; que se necesita un cambio.

Si tuviésemos que poner un titular, quizás sería el siguiente: “Si a ti te falta tiempo, a alguien le sobra”.

Desde hace años, se ha considerado “eso del Feminismo” como una cosa de “locas”, “raras”, “revolucionarias”. Definición equivocada, por cierto. El Feminismo, es bueno; es la igualdad. Y con la igualdad ganamos todos y todas. La igualdad nos hace mejores personas, más adaptadas a la sociedad en que vivimos y, sobre todo, con más humanidad.

A este respecto, podemos encontrar en youtube un vídeo editado por el Instituto Vasco de la Mujer (Emakunde) que se titula Sorkunde, la kurranta de Emakunde. En él se recogen aquellos estereotipos que perpetúan el papel de la mujer como ama de casa, como mujer profesional (siempre en los mismos trabajos: maestra, enfermera, secretaria) y la mujer como un objeto (utilizando su cuerpo, como ocurre en la publicidad). También, podemos ver cómo el machismo que sufrimos todos los hombres y mujeres de nuestra sociedad nos marca gravemente el camino a seguir, y castiga a todas aquellas personas que se salgan de lo estipulado socialmente para “hombres” y para “mujeres”. Si un hombre es igualitario, la sociedad (sus compañeros o amistades) lo tachan de “calzonazos”, “mariquita” o cualquier otra barbaridad que podamos imaginar. Si una mujer ama de casa delega responsabilidades en los miembros de su familia que comparten la casa, la tachan de “cómoda”, “señorona” o de vida fácil.

El problema está en que todo el mundo espera que el resto del mundo cambie. Y viniendo al caso: «unos por otros, la casa sin barrer». Siempre insisto en mis charlas o talleres en que hay que tratar el reparto de tareas como algo normal, no como algo especial o algo que hay que reforzar. No plantearnos tanto si lo hacemos bien o mal. El reparto de tareas equitativo es una necesidad que se encuentra muchos obstáculos.

Muchas veces son las propias mujeres las que no permiten que sus parejas hagan nada, por diferentes motivos: «no, que tú estás cansado», «no, que me lo pones todo perdido y acabo de fregar», «no, que tú no sabes», «no, que eso es cosa mía», «no, que tú tienes que estudiar», etc. Y claro, poco a poco, marido, compañero, novio, hijos e hijas, van usando esos argumentos como excusas para evadir responsabilidades cuando las mujeres reclaman su cumplimiento. Y volvemos al, uno por otro… le toca a la mujer. Claro, si toda la vida hemos oído “mi madre se dedica a sus labores”, quién lo puede hacer sino.

Otra forma de delegar esas responsabilidades es asumir la habitación de nuestros hijos e hijas como un espacio privado, que deben cuidar, ordenar y limpiar. Pero esto a veces es difícil de asumir porque padres y madres (sobre todo madres, para que engañarnos) quieren que las tareas se hagan de determinada manera y en determinado momento. Eso supone una exigencia para ellos y al final, queda en nada. En multitud de ocasiones me he encontrado con mujeres que son incapaces de “cerrar la puerta” de la habitación de sus hijos e hijas. Como no pueden soportar una cama deshecha a determinada hora del día o la ropa en el suelo o el desorden en general, terminan por hacer ellas las responsabilidades que pertenecen a sus hijos e hijas.

El truco general consiste en establecer unas normas básicas de forma natural, sin complicaciones y sin discusiones. Hacer un reparto de tareas consensuado entre toda la familia y comprometiéndose a cumplirlo, estableciendo un el mismo mecanismo de convivencia que existe, por ejemplo, en un piso de estudiantes: las zonas comunes son de todas las personas que viven en casa y hay que mantenerlas limpias y ordenarlas; respetando siempre a la otra persona y cuidando el mobiliario y la higiene; nuestra habitación es responsabilidad nuestra, privada e íntima, siempre y cuando lo que hagamos en ella no perjudique al resto de compañeros y compañeras; y, por último, cumplir con el reparto establecido en el horario semanal.

No hay que escuchar a esa gente negativa que no hace nada por cambiar su situación y que se empeña en tirar por tierra nuestras buenas intenciones. Y mucho menos, escuchar a personas aparentemente cualificadas o con autoridad, que aparecen en otros contextos divulgativos atacando al feminismo (no olvidemos que es la lucha por la igualdad, ni más ni menos) sin tener ni idea de lo que están hablando y creando un clima de crispación y malestar general. Ante esas personas es mejor ser sordos y sordas, y seguir luchando con todas nuestras ilusiones por un mundo más justo, empezando por nuestro hogar. Sin olvidar que el reparto de tareas genera y mantiene un clima de bienestar familiar, de apoyo y cooperación, de crecimiento personal y de fomento de la autoestima, sin igual. No olvidemos que el hogar es la base de la educación y de la identidad personal, que esboza el boceto de lo que seremos en el futuro cada persona.

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